La ciudad les regaló una noche de verano dulcemente insomne.
De sábanas blancas y suave brisa, que bailaba las cortinas.
Las primeras luces del día les sorprendieron en una maraña de ropa, sudor y besos.
Aspirando los últimos instantes de un momento tan irrepetible como fugaz,
decidieron obedecerla
y entregarse de nuevo y por última vez a sus calles,
por entonces todavía desiertas.
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