Espero que me puedas perdonar este inexcusable retraso.
Te respondo de este modo a la carta que me enviaste la fría tarde del último domingo de octubre.
Estaba en Venezia y, sin previo aviso, me entregaron un sobre rojo.
Lo abrí con nervios, pues se antojaba algo importante, y tras leer el encabezamiento, rompí a llorar.
Con un dulcísimo "Hola tía!" me anunciabas tu llegada.
Sólo había que esperar siete meses, 210 días, más de 5000 horas..., la más dulce de las esperas.
Como te he dicho, lloré mucho. En mi defensa tengo que decir que yo no lloro casi nunca, pero en tu carta me dabas la mejor noticia que me han anunciado nunca en mis 26 años de vida. En ese momento me di cuenta de cuánto te esperaba, o más bien te ansiaba!!
Después llegó el 3 de junio de 2012. Esa fecha ya está grabada con tinta de oro en vida.
Estaba comiendo mirando al mar, cuando tus abuelitos me llamaron para decirme que ya estabas con nosotros.
Que ya habías saludado a la vida.
Estabas sano y eras bello. Mamá estaba bien.
Esta vez no lloré, pero la FELICIDAD sacudió mi cuerpo! Sólo contaba las horas para ir a Madrid a verte!
Tuvieron que pasar seis días, pero al fin llegué a los pies de tu cuna y te observé dormir tranquilo.
Lagrimas aparecieron en mis ojos al contemplarte, cuando a modo de saludo me regalaste una sonrisa.
La primera de unas cuantas que nos regalaremos a lo largo de nuestras vidas, mi dulce Matías.
Te quiere con locura,
tu tía.